16.12.05

*La destrucción o amor en las negras arenas

El toro: ¡Atroz sentencia!
Ayer el aire, el sol; hoy, el verdugo...
¿Qué peor que este martirio?

El buey: La impotencia.
El toro: ¿Y qué más negro que la muerte?
El buey: ¡El yugo!

(Rubén Darío. Gesta del coso)



El toro sueña: extensiones de hierba y azules
abiertos, aires rasgados donde habita el ojo
entreabierto en la serena escarcha que se funde
hacia un rocío perfumado de arenas frías.
El toro sueña un destino, reconoce músicas
redondas en la nefasta hora del sol nítido.
El hondo amor existe secreto en la embestida
libre en la amplitud sin memoria en el beso o trance
de la herida que el amor comunica. Existe.

El toro en su roja verdad de tierra respira
polvo de eras remotas. Busca el laberinto
sin entrada y sin centro donde mitigar su sed
de antiguas aguas que reflejaron lunas primeras.
La encina calla en su miedo centenario: clava
las raíces ciegas en su propia sombra muda.
La encina está en el sueño inmemorial del toro
como piedra en silencio que no espera una mano.
La bestia es también cuerpo suave, un cúmulo
abultando sangre cada vez más ofrecida:
se marca el odio en forma de músculo legítimo,
en forma de futura querencia, fiebre que brilla
en la mirada rota que implora ya una muerte.

El toro todavía sueña: poder helado
entre sus cuernos no implorantes, poder bruñido
en las hectáreas irreductibles de la soledad,
en la herencia redentora del bisonte hundido,
en la madre o cielo donde el llanto habita.


Y he aquí el hombre con su rostro presente:
la voluntad, que conoce el sabor de los labios
de la muerte, la que jamás tiembla y no germina
porque le basta haber nacido de una vez, por todas.
El hombre sabe de barcos que desean llegar
a un fondo de arenas finas, desean que el mar
inunde súbito sus entrañas con las aguas
del beso azulmente profundo, negro, pujante.
El hombre conoce de memoria cada nombre
del toro, todos sus altos silencios de bestia,
los bramidos desnudos que en el cielo se entierran
para surgir en sola flor de miedo y astillas.

El hombre ensaya su danza o vida sin regreso:
puños apretados son la mirada del toro
encarado a un sueño que hiere y huye, hiere
y esquiva la avalancha bruta de mil sangres
mutuas, sangres desdobladamente resentidas.
Así. No más que amor que se bate; desencuentro
en la figura del hombre que desea heridas.
Es más. El metal. El frío estoque: reverencia
del buitre inmenso en el tendido de sombra.
Toro y hombre cumplen, se acarician, cada uno
en su aire o compromiso de muerte burlada.
Los dioses legislan desnudos tras la barrera:
abren espacio al rito, saben que las arenas
entienden de sangre generosa, revelada
sangre que fuera del ruedo pierde su sentido:

En la otra vida, allá en las calles asfaltadas,
donde nuestra mentira redacta sus memorias,
donde gobierna un orden de atascadas arterias,
donde el crimen es siempre perfecto, siempre daga
rigurosamente cierta, limpia y registrada,
allí no existe sacrificio, ofrenda, magia,
ni inmolación a plena luz de las sombras bravas.
El toro nunca estuvo en la ciudad del gusano.
No conoce los civilizados mataderos
donde el asta es de bandera y la espada gira
sin piedad segando espigas como manos, manos
como gritos a cinco voces, gritos de dique:
odres ocultos donde se pudren las miradas.
Toro y hombre. Testuz mirante: amor abierto.
Atavismo de la muerte innata que ya besa,
ya se hinca, ya traza su círculo menguante.
Toda la dureza se aprieta en las yugulares
remedando cachorros de dragones, delfines
tibios que se hacen impaciencia en las pezuñas.
Pues no hay en esta región esperanza alguna
de eternidad, arremete el instante detenido,
en seco, como planeta mirándose el hombro.

El hombre presiente un pecho abierto en el suyo:
se tienta y entiende sus luces, se da la vuelta
mostrándole la espalda al mundo amenazante.
Siente en la nuca un aliento vertical. Pureza:
sueño de aguas vertidas en un sueño de aguas
vertidas y esperando una llamada. Desborde
que de raíz remueve columnas, centros, vidas.
El hombre es en este lance más desafío,
más ofrecido a lo que descolla, llega, entra,
se declara, se define, funda ritmo, arde
para ser carne nunca arrepentida, para ser
finito pero sagrado, quimera del amor
que como bicho reta, mata, deviene y sufre.

En la ciudad, de tanto no saber, entrecierran
las palabras, escupen con la mayor dignidad
y ausencia, respiran metros cúbicos, padecen
de oscuras migrañas sin aurora y sin consuelo.
La humanidad descansa, no sueña, crucifica
para tener algo que colgar sobre la cama.
Queman con cigarrillos las plantas de los pies
de niños arrojados por las ventanas, niños
que caen del quinto piso del vientre de sus madres
y revientan sobre el asfalto blanco de calles
trazadas por los urbanistas predicadores
de una nueva vida sin el hombre, sin el toro,
sin excesivos gestos gratuitos, sin arenas
más allá de las felices playas donde el beso
se ofrece con pensión completa, aliento fresco,
puñalada trapera que no interrumpe el amor
de vacaciones, la seca muerte siempre enferma.
El toro sueña. La humanidad descansa, tiende
sus cuerpos insulsos al sol inerte de la ciencia.

Praga, 2003


* Verso de Vicente Aleixandre en Misterio de la muerte del toro (Diálogos del conocimiento)

12.12.05

NUNCA ES TARDE

“Nunca es tarde para la justicia
como tampoco hay horas
para el asesinato.”


A mi edad, a esta hora, después de escribir
durante tantos años, es duro darse cuenta
de que urge el borrón, la cuenta nueva.
Urge hacer recuento de los futuros daños
por sufrir, que ya van quedando menos, o son
más previsibles y llevaderos que los pasados.

Sé que aún vendrán un par de desengaños,
para bien curtir los cueros en los que estoy
comprometido: Esta piel o arrabal de paso
donde nada queda después de la caricia
y sólo de la fusta permanecen los estragos.

Nunca es tarde para la justicia, creen
la víctimas del asesinato: Y crecen
mientras tanto las ruinas, el pánico,
el interminable catastro de la muerte.

Pero sigue sin ser tarde: Vendrá el ecuánime
juez insomne y magnánimo a repartir
a cada cual y a cada quien su porvenir
soñado, su merecido castigo intransferible.

Yo no viviré a ninguna edad para contarlo.
No tendré de poeta ni pies ni cabeza.
Seré ya calcáreo sedimento, estrato,
barredura, mantillo de un pinar cualquiera.

Después de escribir durante tantos años,
ya que al menos la voluntad me queda
y la sangre me bulle y la belleza no espera
voy a echar el borrón que colme mi vaso
que ensucie mi blanca camisa vieja con todas
las caras del dado al sol, con todos sus puntos
y aparte en mi herida inmensa.

9.12.05

ETERNIDADES

(La abuela Margarita)

No importa haber vivido sino quedarse,
haber dado la talla, haber estado
a la altura de lo circundante.
La vida. Tantos caminos,
tanto equipaje de dolor o rabia:
Mordazas, agravios, guerras
pactadas siempre por los mismos
con las mismas frases hechas
de metralla sin nombre ni apellidos.

Haber vivido nada sería
si el alma aquí no se quedara, reposada,
fecundando futuros: En este suelo,
en esta tierra donde brotan cardos
y fuentes, donde heridos habitamos,
donde la sombra es parte del juego
y el fuego arde y hay zozobra.

Porque el otro mundo, el de más allá,
como su propio nombre indica
no es el nuestro. Ni nunca lo será.
Nuestro hogar, la mesa puesta y el pan
compartido, la angustia terca
de los domingos, los amores ciegos
pero de ojos abiertos hacia el absoluto,
nuestros hijos preconcebidos, alumbrados,
desconocidos y oscuros, nuestras manos
poderosas, tristes y entrometidas.

Todo está en esta vida, y por eso
ha de hacerse tu voluntad, aquí en la tierra:
Porque es la nuestra. Y déjate de altos cielos.
Que las buenas almas por aquí se quedan
en nuestra única eternidad visible
e invisible, en nuestro reino de paz imperfecta,
continuando la estirpe a fuerza de sueños
a fuerza de lo que otros fueron
a fuerza de pervivir no sólo en el recuerdo
sino en la vida misma.

7.12.05

EL TREN DE SIEMPRE

Hay tristes estaciones abandonadas
por las que pasan los trenes largamente,
sin detenerse: Entre las vías brillan aplastadas
monedas, perdidas por los niños, como ardientes
escamas de una serpiente mítica que regresara
hacia un mundo que sólo la infancia reconoce.

Yo de niño también jugué a esperarlos
y todavía lo sigo haciendo. Guardo
esos rostros de jefes de estado y sus escudos
reducidos a ovalados emblemas ilegibles
como amuletos de un mundo extinto,
como símbolos de un algo que siempre estuvo
muerto, a punto de vivir.

Sigo poniendo monedas en las vías del tren
como cuando era niño en aquella estación
abandonada en el calor antiguo de la tarde.

Ahora lo hago con el placer añadido
del desprecio. (Miradme, a lo que he llegado...)
De nada me sirvieron los viajes, los libros,
los versos. Ni siquiera el abismo es cierto.
Los trenes siguen pasando en su ceguera matando
niños muertos, menores en la edad de piedra
que ya nada significa porque nada dice:

Si pudiera... Si cesara esta prohibición,
este enigma de no saber para qué he lamido
coños sobresalientes en los parques de una noche,
con la lengua del frío, con monedas aplastadas
quemándome los muslos de los bolsillos.

Ahora, mientras vivo, parece ser, en un anden
que no cesa, tan sólo me queda esperar
a ese tren definitivo que machaque mi rostro
en cualquier esquina, que haga irreconocibles
las armas sin filo de esta muda dinastía
que culmino.

Praga - 2003

6.12.05

¿Quién soy yo maldita sea para hablar
de la miseria del olor de tu ropa mal lavada
de la dignidad de un hombre de tu orgullo
de tu piel reseca por el sol de amaneceres
en los parques de esta ciudad vendida tirado, tú,
como un perro, pero mucho más infeliz?
Eras, eres, lo que llamamos un amigo.
Te escuché muchas noches hablar
de Spinoza, de la biblioteca de tu padre
que ardió para aliviar el frío
asesino de aquel invierno en Sarajevo
durante la guerra. Compartimos tabaco
y nunca mujeres, compartimos sueños
de llevar al cine tus visiones desde la ventana
de una habitación en una ciudad sitiada.
¿Por qué siento ahora que te he traicionado?
Me preguntas cómo es posible que yo
en mi situación no sepa lo que está pasando:
tu mirada es la de un perseguido, me cuentas
que recorres sin rumbo el centro de la ciudad
un día tras otro convertido en objeto
de burla para crueles turistas idiotizados
(quizás tus ojos, esos rostros de Kafka
decorando camisetas, tus ojos rotos
pero extrañamente acusadores)

3.12.05

Microsoft word abierto (I)

Poema parcialmente retirado de aquí.
Dejo el hueco para un posible reimplante...


Banderas que caen.

He perdido este juego de niños,
la vida. Ustedes roncan, ustedes
me producen náuseas y miedo.
Ustedes son los hombres
por los que pensábamos luchar.
Jamás me sentaré a su mesa.

1.12.05

MI BULTO

No he venido a este mundo para escurrir
el bulto. Mi paquete, con el que vivo,
tiene forma de corazón, en equilibrio:
Sobre la cuerda floja de la cordura,
las mandíbulas firmes y apretadas,
va mi bulto, solito y libre, en su clausura.

Si lo escurro me chorrean palabras
vacías, oscuras, con grumos de rabia:
Una papilla densa sin hermosura.

Por eso a pulso quiero darlo, con todo
su jugo, sus ataduras o balbuceos.
Quiero darlo desnudo, hasta el cogollo,
con su duda umbilical y su deseo
de durar al menos una fusa, o dos,
en el escalafón confuso de lo bello.

Mi paquete, el único que tengo,
tiene forma de corazón sin escamas,
corazón en pelota, corazón desertor
buscando un centro de luz anticipada.

Mi corazón, mi ovillo más amable,
quiere despechugarse en lo que digo
y cuando no lo consigue se da al alcohol
del silencio, se empaña empequeñecido,
esperando ese lento resurgir de la voz,
esa verdad que se amasa con lo vivido.

Por eso ya no me oculto. Me llamo
por mi nombre en la penumbra. Me toco
a plena luz los topes con las dos manos:
Me confirmo en lo plano y en lo hondo.
Mi bulto crece en vida cada vez más claro.


De "Poemas urgentes" - Praga, 2003